lunes, 14 de diciembre de 2009

El que no fue...

Este es el escrito que participó en el Concurso de Cuento de RCN de 2009... no fue... ahora es...

OJOS DE JADE

Suavemente, como una brisa de verano, al deslizarse bajo su puerta, el pequeño sobre amarillo irrumpió en el ensimismamiento producido por los recién instalados frenillos en sus dientes. Aunque el leve, pero constante dolor en su boca no le permitía concentrarse muy bien, tuvo la lucidez para levantarse de la cama y recogerlo. Adentro, del mismo color, una carta...

“OJOS DE JADE: Nunca me has visto, y tal vez es mejor que así sea, pero yo sí he sentido la ternura de tus pasos, el dulce aroma de tu cabello, la tranquila fogosidad de tu mirada como una aurora boreal en medio de la helada llanura polar... espero con ansia cada madrugada, cuando sales a correr por las desoladas calles, para verte, para disfrutar tu belleza, fresca como gotas de rocío en una margarita.”

A Dala le encantó la nota, las palabras... la caligrafía, legible y con una cierta exquisitez como de otras épocas, le gustó un poco más. Sin embargo, dejó de salir en las mañanas a trotar. Unos días después, al llegar de hacer unas compras, encontró en el piso, otro sobre amarillo...

“OJOS DE JADE: Anoche, mirando las estrellas, en medio de mi espesa soledad, y esta oscuridad que me carcome como un óxido intangible, descubrí que no puedo existir sin ti... aunque, ¡paradoja dantesca!, tu precioso aliento pronunciando mi nombre maldito, podría desvanecerme para siempre... Extraño tus pasos junto a mí en la madrugada, y muero de sed por ese rocío que exhalas.”

No había firma ni pistas de quién fuese el autor de aquellas notas amarillas, cargadas de tanto amor y dolor profundo. Dala procuraba continuar con su vida rutinaria y normal... aunque por ese temor que insistía en negarse, había dejado de salir, y por tanto, compró una máquina para trotar que instaló en la sala. Luego salía a trabajar, almorzaba en el bufete de abogados del que ya era socia, y regresaba, como todos en esa gris ciudad de ligeros manchones verdes y amarillos, cansada, contaminada y doliéndole hasta la ropa que llevaba puesta... sin contar con los dichosos frenillos, que en la tarde le habían apretado un poco más en el consultorio odontológico. Pero todo eso, como por arte de magia, se esfumó en cuanto abrió la puerta... y encontró un sobre amarillo...

“OJOS DE JADE: Hoy te vi en tu vida, y no pude evitar sentirme triste al ver tu tristeza... ¿por qué lloras?, ¿quién te hizo daño?... no me acerqué para consolarte, pues sería un error fatal... sólo puedo escribirte y decirte cuánto te amo.”

Dala quedó desconcertada. ¿Triste?... ¡pero si ella era feliz!. Tenía apartamento propio, automóvil propio, oficina propia, vida propia, nov... bueno, novio no tenía... y pensándolo bien, tampoco amigos o amigas... ¡pero es que con tanto trabajo! Además, ¿quién es este tipo que le escribe, que la juzga?... y lo peor, ¡que la sigue! ¿Debería llamar a la policía?, pero... ¿le creerían? Al otro día, un cerrajero cambiaba la combinación de la cerradura, e instalaba dos más.

Una noche, mientras miraba la televisión, sintió un escalofrío. Meditó un poco, y descubrió que se sentía muy sola, terriblemente sola... además que hacía tres semanas no recibía más sobres amarillos. Al irse a dormir no aseguró la puerta, y en la mañana trotó con una amplia sonrisa en su rostro... llevando puesta una camiseta amarilla. A las dos horas, sudorosa pero contenta, entró al apartamento. Un sobre amarillo en el piso la esperaba...

“OJOS DE JADE: Gracias”

- ¿Pero quién eres? – dijo en voz alta Dala, segura de que la escuchaba.

Sólo recibió como respuesta, el silencio de la habitación... y se sentó a llorar. Sin embargo, extrañada, se dio cuenta que su corazón sonreía.

Una mañana cualquiera, Dala estaba trotando ya de regreso al apartamento, cuando, en la acera de enfrente, vio a una ancianita dejando un ramo de margaritas y un paquete, junto a una pequeña cruz de la que hasta ese momento, Dala había ignorado su existencia.

- Disculpe – se dirigió a la ancianita mientras se aproximaba - ¿a quién deja esas cosas?

- A mi nieto – le respondió – hoy hace un año, un carro fantasma lo atropelló... era escritor.

Dala recordó entonces aquel suceso ya borrado de su memoria, como todas las demás cosas ajenas a ella que ocurrían a su alrededor todos los días. Rebuscó en sus reminiscencias, pero sólo pudo encontrar la mancha de sangre en el asfalto... que aún podía adivinarse allí. Cuando iba a preguntar algo más a la ancianita, ésta ya se había ido. Miró el paquete y sin poder evitar la curiosidad instintiva, lo tomó furtivamente, entró apresuradamente al apartamento, abrió nerviosa el paquete, como cuando se levanta el capó de un carro recalentado, y con sumo cuidado retiró el cordel que lo sujetaba. Mientras se desplegaba el papel que lo envolvía... retrocedió asombrada al ver su contenido.

Ordenados limpiamente, cien sobres amarillos y cien hojas del mismo color. Sus hermosos ojos verdes brillaron. Envolvió todo nuevamente, y lo regresó al pequeño santuario frente a su calle. Al salir más tarde para la oficina, sólo vio la cruz. En el asiento de su automóvil, una margarita recién cortada, y un sobre amarillo...

...sonrió, y nunca más se volvió a sentir sola.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Ab ipso ferro...

...al igual que la encina rebrota con vigor redoblado tras ser podada a hierro, por el mismo hierro con que la adversidad hiere al hombre, así recobra éste nuevas fuerzas...

HORACIO
Oda IV, versos 57-60