sábado, 10 de agosto de 2013

KARMA

Observar por un instante la forma monstruosamente fálica de lo que acabas de "parir" luego de media hora de agónico estreñimiento ocasional... hace que te cuestiones seriamente sobre lo que le pides a tu esposa en la cama...

Casi nunca meditas acerca de las consecuencias de tus actos, ni siquiera cuando las estás sufriendo y pagando incluso con sangre. Solo te preguntas si te podrás salir con la tuya, ileso a punta de promesas que jamás (te) cumplirás.

Por esa razón es que casi siempre, un par de horas después de la reflexión inicial, estás susurrando al oído de tu esposa, aquella escatológica fantasía.

Quizás todo lo anterior explique por qué te encuentras a las dos de la mañana, en medio del parque más grande de la ciudad, cavando una tumba con un cuchillo de cocina. Tu propia tumba.

La adolescente de la falda escocesa y el hacha ensangrentada en sus manos con uñas pintadas de arco iris, apenas te mira sonriendo, recordándote que hacía solo ocho días ya te habías salvado de ella cuando alcanzaste a huir luego de haber asesinado a su novia, mientras ella escondía el cuerpo de una víctima.

Únicamente atinas a pensar, en esos escasos veinte segundos que le quedan al cerebro después de ser cercenada la cabeza, que la gente nunca aprende la lección.

En especial los psicópatas como tú.

jueves, 1 de agosto de 2013

Amarillo

Siempre sentí que su nombre era de flor, aunque escruté incansable e infructuosamente todos los libros de botánica y catálogos de floricultura que pude consultar... sin hallar respuesta a mi disyuntiva nominal.

"Es por las dalias mijo...", recuerdo que mi tía me decía, "...por eso le suena a flor", mientras seguía regando el pequeño jardín del patio trasero en la gran casa matriarcal.

Entonces recurrí al siempre fiel álbum de laminitas (unas que salían en chocolatinas), del que calqué en papel mantequilla y coloreé con crayón, la fotografía descrita como "...una hierba con raíces como fibras de donde brotan tallos con hojas ralas como de albahaca, aserradas, casi siempre en grupos de tres, en cuyos extremos denotan flores grandes contenidas en cálices escariosos, de centro rojo con manchas amarillas..."

De eso ya han pasado cuarenta y un años desde que me encontré con esa sonrisa de guasón, tan roja como una copa de dubonet y tan jugosa como una sandía... que siempre recuerdo así, a pesar que jamás llegué a probar o morder sus labios... también esos ojos altivos y a la vez tan tranquilos, tras unos lentes estilo Woody Allen... y ese cuerpo tan fresco, elástico, enfundado en un vestido estampado en margaritas... que quizás fue la razón de que asociara su nombre con una flor...

En un principio pensaba que me había enamorado, pero luego supe que simplemente la quise desde el primer instante, pero con un amor diferente, que nunca tuvo algo que ver con el romanticismo que la literatura, el cine, la pintura, la escultura, en fin, la sociedad en todas sus manifestaciones, nos vendía por doquier.

Era un amor cómplice... de esos que siempre están ahí, a pesar del tiempo y la distancia, que no se ilusiona ni espera finales felices, solo está disponible para consolar y refrescar en un abrazo, una palabra, una caricia, una sonrisa o la nalgada de un chiste flojo...

Por mi vida pasaron muchas mujeres, no lo niego ni me vanaglorio de eso, pero lo saco a colación porque gracias a ellas pude valorar el último amor de mujer que atracó en mi puerto, que me acompañó hasta el último de sus días y me amó hasta con el último de sus suspiros... siempre quise irme primero, pero por ese deseo, tuve que aprender a sobrellevar su partida y a comprender para mí, aquellos versos de Neruda que le dedicaba para prepararla, convencido que viajaría antes que ella. Pero rememorar esa etapa de mi existencia, hace parte de otra historia, otro cuento que contaré en otras alas de mariposa que recojo del camino.

Ahora estoy aquí, regando mi pequeño jardín de dalias, completamente solo, pero acompañado a cada instante por tantos recuerdos, que las personas que pasan por la calle, comentan entre sí acerca de las voces alegres y las largas tertulias, a través de toda la casa, como si esta fuese tan grande, tan transparente y tan llena, como aquel olvidado soneto que habla de la ausencia como una dulce compañía.

Y de entre esos recuerdos vivos, los atardeceres los comparto con su nombre de flor, bebiendo un par de tragos de vodka y recorriendo una y otra vez el mundo, en sus incontables viajes que me narró en cientos de cartas que duermen en el fondo de un baúl de arce y que no necesito leer, porque hace años que se quedaron grabadas entre sonrisa y sonrisa, mientras el suave rocío de la naciente noche, me trae de nuevo las palabras de mi tía en la gran casa matriarcal...

..."es por las dalias mijo, por eso le suena a flor"

Mientras cambia el semáforo...

Más que el viejo dicho de "...nadie es profeta en su tierra", siempre he creído que lo esencial para que la vida fluya donde quiera que uno esté, son las personas que le rodeen, que le acojan y le brinden cariño; eso y no el azar, han sido la clave para que sin importar si es una habitación al fondo de un pasillo interminable y oscuro, o quizás un lujoso palacio en la zona más exclusiva, o simplemente un apartamento modesto con comodidades básicas... pueda llamarse "hogar"...