martes, 17 de marzo de 2015

POLLO CULECO

Setecientos millones cuatrocientas cincuenta y ocho mil trescientas dieciocho. De haberlas contado, estoy seguro, esas habrían sido aproximadamente las veces, en que mi tío Pollo dijo: "Toche", en su vida.

Es lo que más voy a extrañar.

Lo segundo, definitivamente eran los legendarios "calentaos" que preparaba cada noche, luego de un agotador y macondiano día en el terminal de transportes...

...y por supuesto, las dos primeras cosas, acompañando la misma historia que cada vez que iba de visita a su casa, me contaba hasta rozar la medianoche... pero que en cada ocasión me parecía que escuchaba por vez primera, describen en pocas palabras, su particular forma de expresarme cuánto me quería y le alegraba verme por esos lares.

Creo que lo conocí cuando mi tía Betty me hizo el traje de Superman para el Día de Brujas de mil novecientos ochenta y pico. Para esa ocasión mi mamá nos llevó a mi hermano, mi hermana y a mí, en un viaje que se me hizo eterno por la cantidad de curvas y gente vomitando en bolsas, pero que valió la pena porque pude conocer la casa más fascinante que he visto en mi vida.

Era la casa más larga, más ancha, más alta, más misteriosa y más espectacular de todas... con un patio trasero interminable, que tenía en medio una pileta redonda, similar a los pozos de los deseos en los cuentos de hadas... y gatos... de todos los colores, de todos los tamaños y de todas las formas... como un millón de ellos...

Sin embargo, el recuerdo más vívido que tengo de esa casa en el barrio Carora, fue el momento en que un señor alto (para esa época todos eran altos), medio rubio y con unos ojos que a veces se me hace que eran azules, otras tantas verdosos y unas cuantas grises, me saludó sonriendo, murmuró algo con "toche" y me puso en la muñeca izquierda, un reloj de esos digitales con correa de plástico.

El Pollo me había obsequiado el que desde ese instante en adelante, consideraría yo el regalo más preciado que alguien podría darme: tiempo. Aunque con los años, los daños y el camino, unas veces se me olvidó eso y otras tantas, lo recordé demasiado tarde, pagué las consecuencias con creces y recibí la lección en la misma medida.

Por eso conseguí por ahí, un reloj igualito al que me había dado mi tío Pollo y mientras le cuadraba la hora, recordaba las ocasiones en que al llamar a mi tía Betty, siempre le preguntaba si El Pollo estaba "culeco". Ella apenas se reía.

Ya no está culeco El Pollo... a lo mejor nunca lo estuvo, porque él era de otro mundo, de un universo en el que lo más importante al final del día, es una buena compañía, una charla trivial pero cargada con todo el amor que el tiempo puede contener, pero sobre todo, la maravillosa oportunidad de compartir un "calentao" legendario para que el corazón se mantenga tibio, a pesar del puto invierno que puede llegar a ser a veces la ausencia.

K-Li-K
2013/2015/2020