sábado, 20 de noviembre de 2010

Entre comillas

Son más de cinco años desde la última vez que escribí un cuento que no terminó en el fondo de la papelera. Las libretas de hojas amarillas que había comprado como suministro para una "inagotable" fuente de inspiración, siguen agonizando en alguna caja junto a los dieciocho carros de colección, los treinta y dos libros de literatura universal y las doscientas sesenta y cuatro fotos que nunca tuvieron un álbum donde descansar...

El último vestigio de esa frugalidad creativa es un cuento inconcluso que cargo en una libreta donde apunto las cuentas en rojo que me acompañan desde hace una década, cuando (aún no tengo claro el por qué) inicié una vida de deudor empedernido arrastrando un pasivo lleno de buenas intenciones y prórrogas refinanciadas.

Ese cuento, como el resto de mis asuntos, está con los puntos suspensivos que caracterizan parte de mi estilo literario, ese que pretende que el lector de mis cuentos se atreva a plantear una continuación de la narración, que ose especular un clímax o se aventure a apostarle a un final que no sea el que sospecha que irremediablemente llegará.

Hoy es un día de esos en que quisiera tener los huevos de quemar esa libreta, de arrojar para siempre las cajas donde se resume toda mi existencia terrenal, toda mi posesión material, al fondo de un río cualquiera que simplemente me garantice que disolverá entre sus aguas, toda la frustración, los éxitos, la tristeza, las alegrías, los recuerdos y los abandonos... sin embargo, como siempre, desde hace una década exactamente, cuando tengo el fósforo listo y amarradas las cajas, me tiembla la mano, se me nubla la mirada y sólo atino a decirme: "mañana bien temprano, justo antes del amanecer, para que tenga sentido, lo haré sin vacilar..."

lunes, 15 de noviembre de 2010

SIUL

SIUL

"A veces la salida...
...es solo una entrada"

El líquido blanquecino inundó suave y lentamente su vena. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de mil caballos pintos en desbandada por su cerebro y un río de lava devorando su sangre . . .
Sí, se estaba matando. ¿Por qué?, tal vez una pena, un dolor tan profundo que fue esparciéndose por todo su ser hasta quebrarlo como a una pequeña rama seca . . . quizás un secreto, uno tan terrible que ni siquiera pudo aceptar o llegar a comprender. De pronto era puro y simple aburrimiento . . . la más frecuente causa de las acciones, buenas o malas, creativas o destructivas, inteligentes o estúpidas, sencillas o complejas . . . comprensibles o no, que cada día de nuestras vidas llegamos a realizar.
De todas maneras, ya no importaba.
Ya nada importaba. Ya no existían razones, justificaciones, juicios o decisiones . . . sólo el líquido blanquecino anegando sus sesos estallando en su cráneo, la vida escapándose en un suspiro eterno por cada poro de su piel.
Tampoco hay nadie en casa, hace mucho tiempo se fueron todos, uno a uno, despidiéndose en promesas de amor eterno, con un beso en la frente y un desayuno frío pudriéndose en la mesa.
La habitación empieza a sumirse en una oscuridad tan intensa, como esas ganas de vivir que pudo tener algún día que ya no recuerda. ¿O sí?
Sin embargo, es muy tarde para pensar en eso, o demasiado temprano para preocuparse .
Se estaba muriendo . . . ¿No era eso lo que quería?
Descubrió también que no existía el tal tubo de luz, ni la sensación de paz, ni las voces, ni una mierda . . . nada. En el fondo, bien en el fondo se alcanzaba a escuchar un suave jazz. A lo mejor se estaba yendo al cielo.
Y así, divagando en pendejadas, su corazón dejó silenciosamente de latir, sus pulmones se hincharon una última vez de aire, sus ojos, esos enormes ojos que atraparon una vez la mirada fugaz de aquella chica en la piscina, se fueron extinguiendo, como un bombillo que se funde en cámara lenta . . .
. . . en el postrer segundo, un destello como de arrepentimiento, como de angustia, como un “¡ay la cagué!” . . .
. . . que alcanzó a notar el paramédico cuando infructuosamente trató de resucitarle, luego de encontrarlo tirado en la biblioteca, rodeado de sus libros, sus discos, retazos de su vida que lo observaban triste e impotentemente echando babaza, humillado en una muerte absurda y grotesca por una razón que no sólo se llevo a la tumba, sino que tal vez jamás llegó a tener.

K-LI-K /MARZO 2001