martes, 30 de abril de 2013

Sol, solecito, caliéntame un poquito...

Allí estarán siempre las fotos, los cuentos, las canciones... los recuerdos adheridos a las paredes, transformándose en las esquinas, las baldosas, los cuadros, el costurero... la piscina, cada centímetro de esa casa que recorrimos todos desde que tuvimos razón, desde que estrenamos el corazón.

Una carcajada entre lágrimas de dolor, enmarcadas en una canción del abuelo o un chiste flojo del tío... un luto particular que llena de vida, una alegría por encima de los errores, que nos impulsa a ser mejores aunque a veces nos fallen las fuerzas y la voluntad, pero que nunca, jamás, nos abandona, pues de alguna forma se las arregla para seguir perenne...

...la distancia, el tiempo... las decisiones... que nos llevan por disímiles caminos, que duelen profundamente, nos aplastan, nos liquidan... pero que al final nos encuentran...

...nos sientan en una mesa, nos ponen boleros, nos sirven un ron, nos dan un abrazo y la oportunidad de decir sin palabras, cuánto nos amamos, cuánto nos perdonamos, cuánto nos extrañamos...

...una casa más grande que la de neruda y su ausencia... porque allí no cabe la tristeza ni la desesperanza... porque la jarra de limonada de panela está rebosante... porque no es que se escondan los temores, sino porque se sabe que la vida, por más que nos muestre su cara más triste, no nos podrá hacer llorar, porque desde que tenemos razón, desde que estrenamos el corazón, aprendimos que sufrir, es parte del vivir, es la ley natural que nos impone el nacer...

En esa casa siempre seremos niños, siempre estaremos sentados en las escaleras cantando villancicos, siempre jugaremos en el pequeño océano del patio, siempre sonreiremos, tomados de la mano, hilando historias, tejiendo sueños... cantando esa gran verdad que nos cuenta que el amor es el crisol donde se purifica el corazón.

domingo, 14 de abril de 2013

Palabras más, palabras menos... tercero de tres


La Historia

Siempre hay alguien, siempre. Una vida entera nos pasa por encima cuando buscamos y buscamos, aún cuando muchos dicen que sólo encontramos cuando dejamos de buscar.

El parque oscuro y frío, la noche húmeda que sólo invita a morirse de tristeza, no pueden ser para nada un fondo de rosas para un amor predestinado, como esos que se fabrican en las películas gringas y que nos venden en latas de hora y media de “esperanza”. Sin embargo, ahí se encuentran sus miradas, sus almas solitarias, sus vidas rotas, sus ganas de fumar.

No hay palabras, no hacen falta.

El alba los sorprende aún abrazados, devorándose como si esa fuese su última vez, saboreándose como si se estuviesen diluyendo en su sudor, amándose con ese odio profundo que sólo se siente por uno mismo… cogiendo como animales, copulando a muerte, esa muerte que irremediablemente los castiga con vida.

Palabras más, palabras menos... segundo de tres


El Papel

“Este hideputa colorete sí me salió malo”. Piensa mientras trata de acomodar la roída punta del labial para pintarse una seductora e invitadora sonrisa. Hace tiempo que debe dibujarse el rostro, pues los años, aunque no eran muchos, le trajeron tantas líneas perdidas, que poco a poco, esa niña que fue aventada a la selva de cemento, se convirtió en esa mujer anónima, invisible, tan escondida entre miradas esquivas, aromas infinitos, labios itinerantes y voces lejanas, que cuando intentó una mañana encontrarse nuevamente, sólo una imagen borrosa, como un sueño, logró ver reflejada en el espejo.

El vestido negro se amolda a su cuerpo perfecto. Sus largas y contorneadas piernas enfundadas en las botas de cuero a la rodilla, completan el ajuar. Un corto pero grueso abrigo intenta prepararla para la cortante brisa que la espera en el pórtico del derruido edificio donde habita. Su cabello azabache liso y hasta la cintura, enmarcan el bello cuadro que resultó esta noche. La lágrima que lucha por salir desde que tiene uso de razón, es contenida una vez más entre sus ojos, entre lo que le queda de alma. Descubre para su pesar que no le duele ser puta... le duele es estar tan sola.

El sonido de sus tacones metálicos acompasa su voluptuoso andar. Su mente en blanco intenta encontrar una canción para hilar mientras espera. Le dan unas ganas inmensas de fumar. De pronto en el parque encuentre al anciano de los cigarrillos, que una mirada a las tetas le suelta un paquete de Lucky Strike.  Apresura un poco el paso.

El parque está solo o aún es muy temprano. Pero ahí está el viejo. Una mirada al sur, otra al norte... no hay carros, se puede cruzar. Mirada al frente. Él está allí.

sábado, 13 de abril de 2013

Palabras más, palabras menos... primero de tres


La Pluma

La página en blanco frente a sus ojos ya empezaba a tomar unas proporciones demasiado abrumadoras, la decimoséptima taza de café negro cerrero estaba sabiendo a mierda y la nube de nicotina en el ambiente lo tenía al borde de un colapso lacrimal.

Su mente bloqueada desde hacía más de tres semanas lo había hecho presa de un ataque constante de ansiedad, nervios y sobre todo, de un pésimo humor, reflejado en sus respuestas sarcásticas a todo aquel que osase preguntarle siquiera cómo había amanecido.

Sin embargo, contrario a todos los pronósticos, una leve sonrisa se asoma a su rostro demacrado por el insomnio y cubierto de una espesa barba.  Recordaba aquello que una vez le escuchó a un primo suyo, cuando hablaban de lo que era mejor para la inspiración de un escritor. Él decía que el hambre era la musa más eficaz para sacar material de verdadera buena calidad, y ahí estaba, la página en blanco sobre su mesa era el fruto de casi un mes a base de pan viejo y sopa fría enlatada.

Con la raìda chaqueta en su brazo sale a caminar un rato, a lo mejor algo le llega.

Afuera hace un frío tétrico, las luces mortecinas del precario alumbrado público de la zona apenas permite caminar sin estrellarse contra un poste o caer en una alcantarilla sin tapa. Pasea con la mirada muerta que lo ha caracterizado casi desde que nació, pues podría decirse que cuando la partera le nalgueó para sacarle el primer sollozo, él simplemente abrió los ojos y los volvió a cerrar, pero dejó plenamente convencida a la vieja mujer, de que estaba vivo, respiraba, pero su alma tal vez nunca había llegado con ese cuerpo.

Sus pasos se detienen en el parque, junto a una banca de cemento que lleva impresa en su espaldar, un agradecimiento del pueblo al alcalde de turno por tan magna y beneficiosa obra en pro de la comunidad. Nuevamente la sonrisa, pero impregnada de tanta tristeza y amargura, que se desvanece en la oscura maraña que rodea sus labios, tan rápido como apareció.

Un cigarrillo ilumina fugazmente su rostro. Ella está enfrente.