viernes, 5 de junio de 2020

In limine

Apagó la luz antes de salir y cerrar para siempre la puerta amarilla de esa enorme y transparente casa que es la ausencia, mirando por una última vez los cadáveres de las trescientas sesenta y cinco mariposas que cubrían como un manto multicolor, el piso de madera en la pequeña sala de recibo, único lugar que pudo ocupar todo el tiempo que se le permitió estar allí.

Se fue alejando lentamente a la vez que entre su sonrisa, las lágrimas se deslizaban por su rostro cubierto de ese fino polvo que el olvido suele dejar en los sueños rotos. Sus pasos se volvieron una carrera frenética que sólo se detuvo cuando llegó a la carretera principal, donde una llovizna que inició cuando dejó la casa, se había convertido en un torrencial aguacero que le calaba todos y cada uno de sus huesos con ese frío que dolía tanto como el par de palabras que sirvieron de despedida.

En ese instante, por primera vez en su existencia, tuvo la plena conciencia que era éste y no el que le vendieron, el mundo real.

Empezó su larga marcha bajo la lluvia, caminando firmemente sobre el asfalto... observando la larga línea blanca que parecía no tener fin.

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