sábado, 19 de enero de 2013

R.I.P.

Lentamente, las gotas comienzan a desprenderse de la nubes oscuras que cubrían el cementerio. No intenta guarecerse o cubrirse, mientras su ropa se empapa y sus botas se van cubriendo del barro salpicado, junto a la tumba recién excavada.

Los dedos de su mano derecha entre el bolsillo del pantalón, acarician la gastada moneda de quinientos pesos que brilla gracias al roce permanente de la piel desde hace ya un par de años, cuando aquel pequeño círculo de metal fue lo único que le quedó después de una década de servicio a la patria, mientras una esposa joven se entretenía con el vecino en la casa... en fin, historia pasada, lección aprendida.

El sepulturero lo sigue observando con esa mirada que se cultiva con la cuenta perdida de tantos sepelios, que el miedo a la muerte se disipa entre el tedio de la espera a que se larguen ligero los deudos.

El coche fúnebre asoma entre la recia lluvia que se convierte en la única compañía de quien espera con la moneda girando entre los dedos. Cuatro fornidos hombres vestidos de negro llevan el féretro hasta la tumba que empieza a inundarse paulatinamente.

Una vez ubicado sobre las cintas que pronto lo bajarán dos metros, el cajón de fino roble es abierto por uno de quienes lo cargaron.

Fuertemente atados y amordazados, en posición de abrazo, uno frente al otro, miran con ojos aún más aterrados a su verdugo final, quien arroja la moneda entre ellos y se despide en silencio con una sonrisa triste. Se cierra el cajón sobre los gritos ahogados en la desesperación y las mordazas.

El sepulturero da las últimas paladas mientras el hombre de la moneda se aleja y se pierde en la tormenta, que ya está en su clímax, pensando que la venganza no es dulce, más bien tiene un ligero sabor a emulsión de scott.

De niño, era su sabor favorito.

K-Li-K
2013

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