La
Pluma
La página en
blanco frente a sus ojos ya empezaba a tomar unas proporciones demasiado
abrumadoras, la decimoséptima taza de café negro cerrero estaba sabiendo a
mierda y la nube de nicotina en el ambiente lo tenía al borde de un colapso
lacrimal.
Su mente
bloqueada desde hacía más de tres semanas lo había hecho presa de un ataque
constante de ansiedad, nervios y sobre todo, de un pésimo humor, reflejado en
sus respuestas sarcásticas a todo aquel que osase preguntarle siquiera cómo
había amanecido.
Sin embargo,
contrario a todos los pronósticos, una leve sonrisa se asoma a su rostro
demacrado por el insomnio y cubierto de una espesa barba. Recordaba aquello que una vez le escuchó a un
primo suyo, cuando hablaban de lo que era mejor para la inspiración de un
escritor. Él decía que el hambre era la musa más eficaz para sacar material de
verdadera buena calidad, y ahí estaba, la página en blanco sobre su mesa era el
fruto de casi un mes a base de pan viejo y sopa fría enlatada.
Con la raìda
chaqueta en su brazo sale a caminar un rato, a lo mejor algo le llega.
Afuera hace un
frío tétrico, las luces mortecinas del precario alumbrado público de la zona
apenas permite caminar sin estrellarse contra un poste o caer en una
alcantarilla sin tapa. Pasea con la mirada muerta que lo ha caracterizado casi
desde que nació, pues podría decirse que cuando la partera le nalgueó para
sacarle el primer sollozo, él simplemente abrió los ojos y los volvió a cerrar,
pero dejó plenamente convencida a la vieja mujer, de que estaba vivo,
respiraba, pero su alma tal vez nunca había llegado con ese cuerpo.
Sus pasos se
detienen en el parque, junto a una banca de cemento que lleva impresa en su
espaldar, un agradecimiento del pueblo al alcalde de turno por tan magna y beneficiosa
obra en pro de la comunidad. Nuevamente la sonrisa, pero impregnada de tanta
tristeza y amargura, que se desvanece en la oscura maraña que rodea sus labios,
tan rápido como apareció.
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